El desarrollo de esta patología puede también estar asociado a la presencia de diabetes, antecedentes familiares de cáncer de páncreas y factores genéticos, ya que existen mutaciones genéticas y afecciones hereditarias que aumentan su riesgo. Por ejemplo, puede asociarse a cánceres como el colorrectal y melanoma cuando son de origen familiar.
Un gran problema es que el cáncer pancreático, en general, no presenta síntomas hasta que está muy avanzado. De ahí la importancia de mantener a raya los factores de riesgo y, en caso de tenerlos, chequearse. “Es recomendable que los pacientes que tengan algún familiar directo con cáncer de páncreas se hagan estudios genéticos. Y los pacientes diabéticos que enfrentan una descompensación de su enfermedad o la aparición de síntomas nuevos deberían realizarse estudios de imagen de buena calidad, es decir, un escáner o una resonancia”, aconseja el especialista.
La presentación clínica de este cáncer depende fundamentalmente de su localización: “Cuando el tumor está situado hacia el lado derecho del páncreas, o sea, hacia su cabeza, las personas consultan fundamentalmente por cambios en la coloración de la piel —que se torna más amarilla (ictericia)—, de las deposiciones —más blancas, porque pierden pigmentos— y de la orina, que se vuelve más café. Muchas veces también presentan dolor y baja de peso. Cuando el tumor se encuentra hacia el lado izquierdo, el diagnóstico demora más porque no hay ictericia”.
Aunque una hepatitis también se distingue a primera vista por el color amarillo, es diferente a la presencia de un cáncer: “La primera es fundamentalmente un cuadro agudo, mientras que el segundo es un problema que se viene arrastrando ya por semanas o meses antes de que la persona se ponga amarilla —explica el cirujano—. El paciente ha bajado de peso, experimenta dolor, tiene dificultades para comer y luego, en forma brusca, se pone amarillo. Es el momento en que el médico debe realizar exámenes de sangre e imágenes de buena calidad. No basta con una ecografía”.
Habitualmente, el tratamiento es multidisciplinario y depende de la etapa del tumor: cuando el tumor está localizado, la cirugía es el tratamiento inicial y después sigue la quimioterapia. Si el tumor está localmente avanzado, compromete los ganglios y los vasos sanguíneos, o existen marcadores tumorales altos, se parte con quimioterapia y posteriormente se reevalúa la situación. Cuando se tiene una enfermedad metastásica, la quimioterapia es el tratamiento de elección. La radioterapia se ocupa en casos particulares de tumores muy localizados.
“Es importante que el tratamiento se realice en centros especializados, con equipos multidisciplinarios de cirugía, quimioterapia, oncología médica, radioterapia, radiólogos y patólogos”, concluye el Dr. Butte.