La suya es una historia que reafirma la importancia de la prevención y la detección precoz del cáncer. José Miguel Rodríguez, de 56 años, pudo esquivarlo porque, apenas se enteró de sus antecedentes familiares de cáncer colorrectal, tomó una hora médica para realizarse una colonoscopía.
En ese entonces, hace seis años, uno de sus hermanos enfermó de esta patología y advirtió de inmediato a su familia directa. José Miguel, siempre consciente de la necesidad de chequearse, fue el primero en tomar el consejo.
En ese examen le extirparon más de 30 pólipos-pequeñas acumulaciones de células que se forman en el revestimiento del colon-, algunos de ellos precancerosos. Esto determinó que sus chequeos deberían ser anuales a partir de ese momento, ya que este gran número de pólipos apuntaba a un síndrome llamado poliposis adenomatosa familiar atenuada, que aumenta el riesgo de desarrollar cáncer colorrectal (ver recuadro).
“Me iba a hacer una colonoscopía diagnóstica y el médico debió estar unas dos horas extirpándolos; incluso dejó algunos para un segundo procedimiento, porque eran muchos”, recuerda. Al año y ocho meses de ser detectada la patología de su hermano, éste falleció. “Él supo de su enfermedad demasiado tarde, pero a mí la colonoscopía me salvó del cáncer”. No era un tema para tomarlo a la ligera, por lo que, José Miguel continuó insistiendo a su familia sobre la urgencia de chequearse.
“En general, fuimos obedientes. Tengo un hermano que vivía en Brasil, muy porfiado, y nos costó convencerlo, pero hicimos una gran presión entre todos. Tengo claro que la colonoscopía no es un procedimiento muy agradable y que requiere también una preparación, pero es esto o la enfermedad, y no hay comparación”.
Hoy, José Miguel no solo realiza sus chequeos de manera ordenada, sino que también practica el autocuidado alimentándose de manera más saludable. “He limitado los azúcares, los queques, las bebidas, todo ese tipo de cosas para mantenerme en un peso adecuado”, comenta.