Cáncer en personas mayores: la importancia de una evaluación para optimizar su tratamiento

Intervenciones que fortalezcan a estos pacientes son fundamentales para posibilitar que reciban una terapia oncológica.

Existe un cierto sesgo de edadismo en el ambiente que rodea a una persona mayor con cáncer. Tanto a nivel social y familiar como, incluso, individual. Eso se refleja en la actitud que se adopta sobre la pertinencia o no de un determinado tratamiento, en la idea de que todos ellos están demasiado frágiles para tolerar una patología de tal envergadura, en el pacto de silencio que se hace a veces en su entorno y también en su exclusión de estudios clínicos. Si bien la fragilidad es un factor importante que considerar, la Dra. Rocío Quilodrán, jefa de la Unidad de Oncogeriatría del Instituto Oncológico FALP, comenta que solo el 15% de las personas mayores que se atienden en la institución son frágiles y que el 50% está en un estado de prefragilidad. Y esto abre un sinnúmero de posibilidades terapéuticas. Contrario a lo que se piensa, no es poco lo que se puede hacer en una persona de edad avanzada con cáncer.

Una completa evaluación geriátrica integral oportuna es clave, porque en este paso se realiza una detección temprana de comorbilidades y síndromes geriátricos que puedan entorpecer el éxito de un tratamiento. Así lo entiende la Unidad de Oncogeriatría de FALP, que realizó un estudio descriptivo de los pacientes mayores de 65 años con diagnóstico reciente de cáncer, tratados entre 2018 y 2019. Fueron 402 personas las evaluadas por un geriatra antes de su tratamiento, independientemente de si este fuera radioterapia, quimioterapia o cirugía.

“La idea era conocer qué pacientes íbamos a comenzar a atender —explica la Dra. Quilodrán—. Cuando sabemos que un paciente ya viene con determinadas características, eso nos permite hacer una intervención a tiempo y poder corregir algunas condiciones. Se les hizo una valoración geriátrica integral, es decir, de los aspectos médico, mental, funcional y social, y eso nos permitió preguntarles no solo qué enfermedades tenían y cuántos medicamentos usaban, sino también cómo estaban su ánimo, la memoria y su condición social, con qué apoyos contaban y, por supuesto, su capacidad funcional, que para nosotros es súper importante, es decir, qué tan autovalentes eran”.
Así se hizo y así se continúa haciendo en FALP, en pacientes sobre los 70 años. “El gran desafío es con el 50% de los pacientes que evaluamos como prefrágiles, que están justo en el medio y que son los pacientes en quienes podemos hacer mucho —acota la Dra. Quilodrán—. Si se interviene a tiempo, si se puede mover hacia la robustez antes de llegar a la fragilidad, se tendrá un paciente con más herramientas para enfrentar un proceso oncológico. Nuestra meta es centrarnos en él, saber qué necesita, y mientras se somete a los exámenes y todo lo que involucra el proceso administrativo, nosotros podemos realizar una suplementación proteica para él, una evaluación nutricional, una rehabilitación kinésica, un aumento de las masas musculares, un apoyo con terapia ocupacional, una estimulación cognitiva… Darle herramientas para que pueda subir el ánimo, para que duerma y coma mejor, para que mejore su red y se ajusten las dificultades que tiene en su casa, para que al inicio de la terapia esté en una condición más óptima”.

La edad nunca debería ser una limitante, precisa la especialista. Jamás se debe asumir que una persona no es sujeto de terapia solo porque tiene muchos años. “Es muy increíble la cultura del viejismo o del edadismo —comenta—. Muchas personas, como los hijos, llegan diciendo que no creen que le puedan dar nada a su familiar solo por su edad avanzada. Los estudios nacionales de discapacidad muestran que solo el 20% de las personas mayores tiene discapacidad. La percepción que tenemos de esta persona frágil y discapacitada es la minoría, y hay que incorporarlo en el lenguaje y en lo social, porque esa idea impide la consulta oportuna. Hay pacientes que no consultan a tiempo por una baja de peso, por dolor, por un sangrado, por síntomas que a lo mejor alguien a los 40 hubiese consultado enseguida, porque normalizan síntomas pensando que se asocian a la edad y no hay nada que hacer, y eso retrasa el diagnóstico oportuno”.

MAYOR RIESGO

En las últimas décadas, Chile sufrió un cambio significativo en la estructura de su población: las personas mayores son cada vez más. Si en 1950 solo el 4% tenía más de 64 años, en 2017 esa cifra creció a 11%. Para 2050 se espera que sean el 22%. Aumentó la expectativa de vida, pero con ello, también la morbilidad y la mortalidad por enfermedades no transmisibles, como las patologías cardiovasculares y el cáncer. Las dos primeras causas de muerte en el país.

Hay una relación estrecha entre envejecimiento y cáncer: a medida que aumenta la edad, aumenta también el riesgo de desarrollarlo. Según datos del Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos, las personas a partir de los 65 años tienen 11 veces más probabilidades de desarrollar cáncer en comparación con las de 25 a 44 años.

“Sabemos que hay factores de riesgo específicos para ciertos cánceres —detalla la oncogeriatra—, pero si uno lo mira a nivel de salud pública epidemiológica, el principal factor de riesgo es la edad. Y por eso la mayor cantidad de pacientes oncológicos son personas mayores”.

¿Cuál es la razón? Desde la perspectiva fisiopatológica existen varias explicaciones. “Hay algunos genes específicos que se asocian con determinados tipos de cáncer, algunas mutaciones en particular —detalla la Dra. Quilodrán—, pero también sabemos que hay una pérdida de la capacidad de regenerar del organismo. A nivel molecular se habla, por ejemplo, de los telómeros que se van acortando, aumenta el número de mutaciones en la replicación celular y disminuye la capacidad del cuerpo de poder arreglar estos errores, de mantener la homeostasis, es decir, de recuperar la salud o la normalidad. Es lo que en geriatría llamamos fragilidad, que es uno de los principales marcadores de cómo una persona va a enfrentar cualquier diagnóstico, entre ellos el de cáncer”.

Esta fisiopatología del envejecimiento hace que el paciente geriátrico tenga una complejidad mayor y diferente, tanto en su carga de enfermedades como en su respuesta a los medicamentos. “En nuestra Fundación, siguiendo la línea de una medicina centrada en la persona y considerando la fragilidad, se puede estimar cuál sería la toxicidad de ciertos esquemas de quimioterapia clásica para un paciente mayor, y en función de esto ajustar el porcentaje de esa quimioterapia o modificar los esquemas. O cuáles serían los riesgos de una cirugía o de hospitalización. También contamos con un trabajo en equipo para derivar a otro tipo de tratamiento; algunas patologías se benefician, por ejemplo, de radioterapia o en unidades de cuidados continuos o del dolor. El objetivo es ofrecerle a ese paciente un manejo en función de los síntomas y de su calidad de vida”, finaliza la especialista.

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